DEBATE Giorgio Agamben y el nuevo estado de excepción gracias al coronavirus

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A propósito de la pandemia del Covid-19 y de las medidas adoptadas en Italia para combatirla, Giorgio Agamben ha retomado algunos de los conceptos y tesis de su serie Homo sacer. En particular, el de vida desnuda (esa vida desprotegida y, por ello, expuesta a la muerte) y la tesis según la cual, en Occidente, se gobierna en términos de excepción.

El 26 de febrero, calificaba como “frenéticas, irracionales y totalmente inmotivadas” las medidas que han “provocado un verdadero y propio estado de excepción”. Y continuaba, “podría decirse que, una vez agotado el terrorismo como causa de procedimientos de excepción, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para ampliarlos más allá de cualquier límite”. Y el 17 de marzo sostuvo que nuestra sociedad no cree en nada más que en esa vida biológica desnuda; disponiéndose a dejar de lado, para no perderla, la amistad, los afectos, las convicciones… Entonces, se preguntaba: “¿qué es una sociedad que no tiene otro valor que el de la sobrevivencia?”.

Ejercito de Guatemala, realizando patrullajes

Procediendo de este modo, como señalamos, Agamben proyecta los conceptos de Homo sacer sobre las actuales medidas de aislamiento y, como sucede en algunos países, de estado de sitio. En particular, los del primer volumen: El poder soberano y la vida desnuda, donde hace un análisis jurídico-filosófico de los campos nazis de concentración y exterminio, a los que considera como el paradigma de la política moderna.

Como era de esperar, esas expresiones suscitaron indignación, tergiversaciones y la intervención de los pensadores Roberto Esposito y Jean-Luc Nancy. El primero, sostuvo que el análisis de los campos no resulta aplicable a la actual situación, que, más que orientarse hacia un fortalecimiento de las instituciones estatales, nos conduce a su debilitamiento. Nancy, por su parte, señala que, en esta situación, las estructuras estatales no parecen ser las protagonistas de lo que denomina una excepción viral, sino, más bien, estar atrapadas en ella.

En este contexto y a fin de arrojar cierta luz sobre la cuestión, nos parece pertinente deshacer un camino en el que, con demasiada frecuencia y con no suficiente atención a sus escritos, las posiciones de Agamben y Michel Foucault acerca de esa relación constitutiva de la política moderna con la vida biológica, la biopolítica, que hoy aparece en primer plano a nivel planetario, han sido superpuestas y hasta identificadas.

A partir del siglo XVIII, sostiene Foucault, la gestión de la vida biológica de la población se convierte en tarea de la política, para encuadrarla y controlarla administrativamente, evaluarla según determinadas normas de salud y analizarla en términos estadísticos. Surge así no solo una biopolítica, también una biohistoria, es decir, la posibilidad de que el ser humano intervenga sobre su propia especie biológica. La formación de una medicina social ha sido uno de los ejes centrales de este proceso.

s un tópico habitual pensar nuestra Modernidad en relación con la individualidad, las libertades personalesy el estado de derecho. El modelo jurídico ha desempeñado aquí una función paradigmática: derechos individuales, incorporación de las libertades de las personas en los textos constitucionales, limitación del ejercicio legítimo del poder estatal. Todo esto forma parte de nuestra Modernidad; pero es,finalmente,solo una de las caras de la moneda. Tomando como referencia el desarrollo de la medicina social, los análisis foucaultianos han explorado su contracara, donde emergen con no menor importancia las nociones depoblación, seguridad y riesgo. Surge de este modo una imagen de nuestra Modernidad mucho más compleja, donde no se trata de cambiar un término por otro (el individuo por la población, la libertad por la seguridad, el estado de derecho por el riesgo), sino de comprender que ninguno de estos puede ser pensado independientemente. Con su noción de dispositivos de seguridad, Foucault ha buscado emprender esta tarea. En este contexto, las formas modernas de la racionalidad política, que, para él –sin que este sea el lugar para explicar las razones– coinciden con el desarrollo del liberalismo y del neoliberalismo, pueden resumirse en una formulación de nacimiento de la biopolítica que, a la luz de las actuales circunstancias, resuena con una tonalidad al mismo tiempo efectiva y agobiante: “Puede decirse, después de todo, que la consigna del liberalismo es: ‘vivir peligrosamente’. ‘Vivir peligrosamente’, esto es, que los individuos se vean siempre en una situación de peligro o, mejor, estén condicionados a experimentar su situación, su vida, su presente, su futuro, como portadores de peligro”.

Foucault llegó a estas conclusiones a partir de la contraposición entre lo que denomina el modelo “lepra” (más cercano al de los campos de concentración) y el modelo “peste” (el de la exclusión fuera de la ciudad y la comunidad). Comporta una descalificación biológica, jurídica, política y frecuentemente moral. En el modelo peste también hay encierro, pero se configura de otro modo: no es la exclusión, sino la inclusión en un espacio urbano reticulado y el control minucioso del espacio de circulación. El paso de uno a otro corresponde, históricamente, al proceso de invención de las tecnologías de poder de la política moderna.

Riesgo y seguridad van, en todo caso, de la mano. Uno de los ejemplos privilegiados es, sin dudas, el de los variados seguros con los que, tanto por parte del Estado como de los privados, se busca hacer frente a los riesgos previsibles, es decir, cuyos costos y beneficios pueden ser estadísticamente calculables. La lista puede ser muy amplia: contra accidentes automovilísticos o en el trabajo, de salud, de desempleo, de vejez, contra incendios, etcétera.

Desde cierto punto de vista, las circunstancias actuales no dejan de encuadrarse, al menos conceptualmente, en lo que Foucault llamaba el modelo peste, en su concepción de la biopolítica y de los dispositivos que buscan arbitrar la relación entre seguridad y libertad. Pero también es cierto que estas mismas circunstancias ponen en juego nuevos desafíos y nos muestran las falencias y límites de esos mecanismos securitarios que hasta ahora, bien o mal, han funcionado. ¿Qué ocurre cuando los costos y beneficios del riesgo que se enfrenta, no son solo económicos, apenas pueden vislumbrarse ni calcularse por anticipado?

Las apreciaciones que emergen en primera instancia (incertidumbre, psicosis, paranoia) son más parte del problema que de la solución. No sería arriesgado sostener que la relación entre el Estado y la sociedad deberá redefinirse para cada Estado y para cada sociedad en particular. Habrá, inevitablemente, que pensar la cuarentena. Sin pretender ser exhaustivos ni buscar instaurar ningún tipo de magisterio,a nuestro criterio resulta inevitable una serie de desplazamientos (no sustituciones de una cosa por otra): del protagonismo del pueblo al de la población, del partido al Estado (con mayúsculas más que justificadas) y de la libertad a la responsabilidad. En cada caso, la existencia del primer término requiere la existencia y el énfasis que se ponga en los segundos. Toda una retórica política, que finalmente no es sólo retórica, está a punto de ser reformulada.

Edgardo Castro es investigador del Conicet.

Articulo tomado de clarin.com

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